El 25 de mayo de este año, un hombre llamado George Floyd, perdió la vida. O más específicamente, le fue arrebatada. Se encontraba en el barrio Powderhorn, en Mineápolis, Minesota. Fue innecesariamente sometido y asfixiado contra el suelo, con un oficial presionando su rodilla contra su cuello, por más de 8 minutos. Aún cuando eran 4 oficiales y no había ningún tipo de resistencia, nunca lo escucharon cuando decía “no puedo respirar”. Aún cuando no había reacción alguna y era evidente que estaba inconsciente, en ningún momento se le dejó respirar.
Esta es tal vez la manera más gráfica de representar una doctrina de superioridad, porque, curiosamente, George era un hombre de ascendencia africana.
Este suceso desencadenó una ola de protestas y manifestaciones, no sólo en Minesota, sino a lo largo de Estados Unidos, y el mundo entero. En México, abrió la conversación sobre el racismo dentro de nuestra cultura, cuya existencia se ha negado desde hace ya mucho tiempo. Una gran cantidad de personas consideran que lo unico que hay en nuestro país es clasismo, pero el negar que exista algún tipo de racismo entre nosotros, nos posicionaría en un lugar muy cercano a la población de Estados Unidos que no le da importancia a un tema tan delicado, y necesario de hablar.
En ideologías como el machismo y el racismo, tan influenciadas por el odio y la discriminación, debemos tomar parte activa. Y el primer paso para saber por dónde empezar, es informarnos. Reducir lo más posible nuestra ignorancia sobre el tema. Saber de dónde viene, porque una vez que sabes de dónde viene, tienes una mejor idea de cómo enfrentarlo.
El término “raza” apareció en España en el siglo XV, mientras se daba la conquista del sur de la península ibérica y de América. En ese entonces, se estableció que las 3 razas puras eran la blanca, la negra y la indígena (el racismo también se da hacia los indígenas), así como las castas, o cruzas. Antes de el término “raza” existía una doctrina de “limpieza de sangre”, donde ya se había desarrollado una división y jerarquización dependiendo de sus creencias. La clasificación racial de las personas en América se considera una evolución de esta doctrina. Esta clasificación se transformó en una jerarquización racial donde los hombres blancos estaban en la cima y las mujeres negras en la base, según la “impureza” de su sangre.
A partir de esto, el racismo se fue esparciendo por todo el mundo. Desde mucho antes ya existían ideologías que veían como superior una creencia, una raza, un color; cualquier excusa para posicionarse por encima de los demás (suena muy similar a lo que busca el machismo, ¿no?).
En 1965, la ONU creó la Convención internacional sobre la eliminación de todas las formas de discriminación racial, estableciendo el Día Internacional de la Eliminacion de la Discriminación Racial el 21 de marzo, mencionando que “la doctrina de la superioridad basada en diferenciación racial es científicamente falsa, moralmente condenable, socialmente injusta y peligrosa, y […] nada en la teoría o en la práctica permite justificar, en ninguna parte, la discriminación racial”
Algo que debemos tener en cuenta, es que el factor en común de cada una de estas ideologías, es la ignorancia. Porque, como dijo Daryl Davis en su plática TEDx:
La ignorancia genera miedo, tememos aquellas cosas que no entendemos. Si no mantenemos ese miedo bajo control, ese miedo a su vez generará odio, porque odiamos esas cosas que nos asustan. Si no mantenemos ese odio bajo control, ese odio a su vez generará destrucción. Queremos destruir esas cosas que odiamos. ¿Por qué? Porque nos hacen tener miedo. ¿Pero adivina que? Puede que hayan sido inofensivos, y nosotros solo éramos ignorantes.
Daryl Davis
El humano ha intentado destruir, generación tras generación, lo que no entiende. Lo que es diferente de él. A partir de esa ignorancia se ha desarrollado un miedo a lo distinto, y eventualmente, odio. Cuando la colonización española sucedió, no tenían idea de las distintas culturas, creencias y colores que habitaban en el continente americano. La ignorancia era inmensa.
Hoy en día, podemos conocer sobre distintas culturas con tan solo un click. Nuestra ignorancia, de alguna forma, se ha ido reduciendo, y con ello, ha crecido la cantidad de personas que profesan frases como “Black Lives Matter”. Vamos perdiéndonos el miedo unos a otros, aceptándonos e incluso uniéndonos a la lucha por demoler la discriminación. Pero, aún así, seguimos viendo en todos los medios discusiones como “esque estadísticamente los negros y latinos comenten más crímenes”, y por otro lado el “ustedes nos esclavizaron y nos llevaron a tener menos oportunidades”. Un círculo vicioso de nunca acabar, cayendo en el papel de víctima, del miedo, de la ignorancia, de la falta de compasión y empatía.
Y se que hasta ahora no he mencionado mucho sobre la masculinidad o el machismo, el tema principal de este proyecto. Pero, esencialmente, estamos hablando de algo muy similar.
La discusión alrededor de la discriminación racial como la discriminación de género tienen un punto en común: Ambos están muy fuertemente enfocados en el pasado, en la historia.
“Los negros cometen más crímenes que los blancos”. “Ustedes esclavizaron a mis ancestros”. “El feminismo le ha quitado poder a la masculinidad”. “El hombre es estadísticamente más violento”. Son ejemplos de discursos que se enfocan en el pasado, ya sea que lo que se dice es verdadero o no. Traemos cargando un peso grande encima, un saco enorme de “historia” que nos predispone a pensar de alguna manera de los grupos distintos al que pertenecemos.
Es necesario conocer la historia para entender la herida que cada grupo ha sufrido en el pasado, y que los ha hecho reaccionar como lo hacen ahora. Conociendo esta historia, podemos desarrollar compasión por otros, y entendimiento por lo que han vivido. Empatía. Pero no denemos usar esa historia para definir a quienes nos rodean, así como no debemos definirnos a nosotros mismos por lo que hicieron o sufrieron nuestros ancestros.
Si, existe un sistema que debemos cambiar y mejorar para deshacernos de esta discriminación racial, de género, y todas las que nos rodean. Y tenemos que hacerlo juntos. Aprendiendo el uno del otro, conociendo nuestra historia, pero soltándola como lo que nos define o motiva nuestras luchas. Deberíamos motivarnos por el futuro que deseamos, caminando hacia él, comenzando por nosotros dar el ejemplo. No por el pasado que nos hirió. Perdonando. Aceptando. Amando.
Hace una semana, en un círculo de hombres en el que participé, y en el que interactuamos hombres de todo el mundo, tocamos la noticia de George Floyd, y las manifestaciones que ello desencadenó. Un hombre del grupo, de asendencia afroamericana, nos compartió su dolor ante tal situación. De cómo una herida se ha ido transmitiendo de generación en generación, cuando su familia siempre ha actuado desde la victimización, y sus autoridades desde la dominación. Y de cómo, en su familia, la plática que tuvieron sus padres con él en su infancia, no fue sobre sexualidad, sino cómo evitar que un policía los golpee solo por su color.
Y lo más desgarrador de ese momento, fue que otro hombre activó su micrófono y, llorando, le pidió perdón. Estaba destrozado por todo lo que está sucediendo y escuchar esta historia lo hizo romper en llanto. Sintió su dolor, y le dijo: “no sé exactamente cómo identificar lo que he hecho para ser parte del problema, y tampoco quiero que me vean como racista sólo por el hecho de ser blanco. Pero sin duda siento lo que nos cuentas, siento tu dolor, y quiero que sepas que quiero hacer todo lo posible para cambiar la situación. Ya no quiero que nos lastimemos unos a otros por algo tan tonto como nuestro color”.
Escuchó su historia, y la entendió. Aún si no la ha vivido, al atreverse a escuchar, sintió empatía, y con ello, dolor por alguien más. Sintió lo que tantos hombres, sumidos en su idea de “lo que significa ser un hombre” no han podido sentir. Una conexión verdadera, que le permita ver más allá del color, del acento, la cultura, la creencia. Más allá, hasta lo que de verdad importa, y nos une: que todos sentimos y buscamos amor.
Aprendamos sobre nuestra historia, y la de los demás, para dejar la ignorancia y miedo de lado. Y luego soltemos esa historia para comenzar de nuevo, desde una perspectiva en la que ni las estadísticas ni las ideologías influyan en cómo percibimos a los demás, sino que podamos aceptarlos como a cualquier otro. Ser hombres libres de historia.
Porque no es que exista un solo color, o que debamos ignorar nuestras diferencias. Eso sería engañarnos. Existen muchos colores, creencias, identidades, razas, y debemos aprender a abrazar esa diversidad como parte de la belleza de la raza humana.
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